Hemos llegado al séptimo y más importante de los milagros del Señor que buscan demostrar su divinidad.
Jesús escoge cuidadosamente el más mínimo detalle para obrarlo, de manera particular este milagro fue realizado frente a cientos de tetigos, en un escenario completamente ajeno, fuera de su control, con un cadaver en estado de descomposición. Una tumba no arreglada por Él y una muerte certificada por numerosos testigos.
Con este milagro Jesús confirma todas sus declaraciones mesiánicas donde dice sel el Hijo de Dios, donde cumple sus promesas acerca de los muertos que oirían su voz, en fín, esta señal es la obra máxima de su ministerio, el colmo de sus milagros, y la prueba irrefutable que sus enemigos no pudieron negar.
También es el punto en que su muerte redentora toma una velocidad vertiginosa y se acerca más a su sacrificio en la cruz.
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